No suelo comentar libros que no he leído completamente, pero esa exigencia autoimpuesta, la voy a saltar con este libro.
Libros de Aysén y Patagonia
Sitio para dar a conocer la literatura de Aysén, Magallanes y de la Patagonia en general.Aquí se encontrarán titulos, breves descripciones y en lo posible el lugar donde adquirir los libros comentados
viernes, 8 de marzo de 2024
Chupat-Camwy.Patagonia
domingo, 11 de febrero de 2024
La lectura en los recuerdos
Hoy no les voy a presentar ningún libro patagónico. Hoy les voy a compartir una historia personal.
Este año, con Hugo, mi marido cumpliremos 56 años de matrimonio. Cuando nos casamos nos fuimos a vivir a Cochrane, un pequeño poblado en ese entonces de no mas de cuarenta casas y la mayoría de ellas desocupadas, ya que sus dueños eran personas del campo que solo vivían en el pueblo en la etapa escolar para que sus hijos puedan asistir a la escuela. Cochrane estaba muy aislado y mi marido, funcionario de Vialidad, era el Inspector de las obras viales, por lo que pasaba mucho tiempo en terreno. En ese entonces se estaba construyendo el camino hacia Puerto Bertrand y además, había que mantener el camino hacia la Entrada Baker, en la frontera con Argentina, que era un camino sumamente necesario para poder salir en caso de que no llegara avión y además, era el camino que nos abastecía de los víveres que se enviaban en camiones. Las inspecciones se hacían a caballo. Vialidad no tenía ninguna máquina y solo contaba con 7 u 8 caballos en los cuales el inspector y los trabajadores viajaban y llevaban la dinamita, los fulminantes, y los víveres para las faenas. La mayoría de los trabajadores tenían caballos propios, por lo tanto, aparte del caballo que usaba el inspector, los caballos fiscales se usaban para esos menesteres de los que les he hablado.
Pasaba la semana completa sola en la pequeña y rústica casita fiscal que además de servir de casa habitación para el inspector, servía como oficina.
No conocía a casi nadie y mis días eran eternamente largos. Luego de un mes de vivir allí, salimos a Coyhaique para que Hugo retirara los sueldos del personal. En Coyhaique nos encontramos con una empresa llamada Unilibros, de la cual yo era cliente, Fuimos con la intención de comprar dos o tres libros, pero nos entusiasmamos ( me entusiasme) y salimos felices con la siguiente compra:
4 tomos de las Batallas decisivas del mundo occidental,
8 tomo de las novelas de Zane Grey
6 tomos de las novelas de Archibald Cronin, y
4 tomos con las novelas y las biografías escritas por Stefhan Zwaig.
Ni les cuento la retada que nos llevamos en la casa de mis suegros. Estábamos recién casados y no teníamos nada, pero compramos libros como locos. La verdad es que jamás me arrepentí de esa compra . Esos libros y otros pocos que yo había llevado desde mi casa, fueron mi compañía en los largos días en que estuve sola. Las Batalla decisivas del mundo occidental eran mi pasión, con Cronin conocí el mundo de la medicina de los pobres y de los galeses en Inglaterra, Con Zane Gray aprendí de la colonización del Oeste norteamericano y con Zwaig, leí las mejores biografías de grandes personajes y bellas novelas.
lunes, 29 de enero de 2024
Novelas patagonicas
Debo contarle que recién comienzo a leer este libro y ya me tiene atrapada. Recibí de parte de mi amigo Daniel Schupbach, de Rìo Gallegos, tres novelas de este autor, don José Armando Suligoy. El vive en la actualidad en la provincia de Buenos Aires en Argentina, pero durante 35 años vivió en Rìo Gallegos. Tiene una manera muy atractiva de escribir. y al parecer le gusta escribir novelas de amor. Yo comencé con su cuarto libro, ya que en mi familia somos todos lectores y el primero en leer los tres libros fue mi marido, luego mi hijo Pedro, después mi hijo Valko y por casualidad logré retener este antes que mis hijos. El tema está ambientado entre Los Antiguos y en Puerto Deseado, hasta lo que he podido leer, pero por cierto el libro promete, no solo en cuanto a historia de amor, si no que hasta aquí, en cuanto a descripción del entorno en que suceden los acontecimientos y la narrativa No acostumbro a dar opinión de libros que no he leído, pero por los comentarios de los lectores de mi familia, el autor es bueno y vale la pena darlo a conocer. Cuando haya terminado los tres libros les volveré a escribir sobre ellos. Él libro esta editado en Editorial Dunken, Capital Federal, Prov. de Buenos Aires, Argentina en el año 2023, o sea está fresquito fresquito y hasta aquí ha sido un bálsamo para el alma, después de leer tantas cosas técnicas y de ver en la tele tanta noticia tràgica. El autor es bastante joven, naciò en 1962 y ojalà reciba el apoyo de muchos lectores porque creo se lo merece.
sábado, 27 de enero de 2024
Una historia y sus diferentes interpretaciones
Chile Chico tiene Festival
Anoche comenzó en mi pueblo el llamado Festival de la voz. No me pregunten que artistas participan de este evento, no tengo idea, ya que no es el tipo de actividades a las que suelo asistir. Lo que quería comentarles es que anoche fui a mi cocina casi a las doce de la noche, había una luna maravillosa, una calma de esas que pocas noches tenemos y de fondo la música del festival que se escuchaba como si estuvieran al lado de mi casa. No pude dejar de pensar en los afuerinos que estaban en el predio donde se desarrolla esta actividad y lo maravillado que deben de haber quedado con esa luna y esa calma. Me dicen que en la madrugada hubo mucho viento, pero yo hablo de lo que escuché y vi. Si tuviéramos màs noches de calma y mas días de calma, creo que Chile Chico sería el destino de miles de turistas que vendrían a disfrutar de nuestro maravilloso paisaje y nuestro benigno clima y por cierto de los damascos. Les dejo esta preciosa fotografía que pertenece a nuestro gran fotógrafo Claudio Urra Acuña
de la plaza y alrededores, donde hoy, decenas de afuerinos comieron hasta hartarse. No vi a personas cosechando, vi personas disfrutando de comer esa deliciosa fruta que se les ofrece generosamente.
viernes, 26 de enero de 2024
Luego de mucho tiempo, vuelvo a retomar este blog de libros para recomendar. El libro de hoy ,no tiene nada que ver con la región de Aysén, aunque si tiene una conexión con la Patagonia Argentina. Me fue obsequiado por Anahi Huenchuan Quintana ,y debo decir que es un libro que no tiene desperdicio. Su autor, descendiente de galeses, ha hecho una muy interesante investigación que la ha plasmado en este libro, por cierto muy bien escrito, que nos permite introducirnos a la desconocida presencia de una colonia galesa en la Araucanía. Realmente recomendable. Ya tiene 3 ediciones y fue editado por Triskelion Publicaciones SPA.
viernes, 6 de noviembre de 2020
Un Toque de Locura
Hace algunos días recibí ´por gentileza de Francois de Smet, este libro, que ya tenía en mi biblioteca pero publicado en francés. Ahora por fin pude saborear los relatos de don Pablo de Smet, sobre la odisea de venirse a Chile y a la Patagonia después de la Segunda Guerra Mundial.
El libro fue editado por RIL Editores en Santiago de Chile en el mes de septiembre de este año y me imagino que se podrá conseguir en esa editorial.
Don Pablo, tenía muchas habilidades narrativas y en verdad es un goce leer sus aventuras y desventuras. Eso si, que me faltó más Chile Chico. En general el libro habla de los belgas, pero no cuenta mucho de como era el pueblo al cual llegaron, ni tampoco nombra a personajes conocidos de la zona. Creo que el objetivo del relato era darle a conocer a los familiares y amigos en Bélgica de todo lo vivido. Es un libro entretenido y que nos permite conocer la intimidad de un grupo de ciudadanos belgas que por poco más de 20 años vivieron en Chile Chico. Don Paul o don Pablo como le decimos nosotros, escribió otras obras, entre ellas una novela magnífica llamada El Vizingo.
Les recomiendo este y sus otros libros por lo entretenido de los relatos
jueves, 5 de noviembre de 2020
Aventura en la nieve
Este precioso relato me lo envió Francois de Smet, hijo de don Paul de Smet y me autorizó a publicarlo. Es una bella historia, que como muchas otras historias de la Patagonia ,vale la pena conocer.. También me envió el libro Un toque de locura, del cual es autor don Paul de Smet ,y que yo tenía en francés, pero ahora lo pude disfrutar en español
miércoles, noviembre 23, 2005
AVENTURA
EN LA NIEVE
ESTE
RELATO ES PARTE DE UNA CARTA ENVIADA POR
DISFRUTEN DE ESTA GRAN AVENTURA...
Coyhaique, 12 de julio de 1975.
Mis queridos,
Desde hace varios meses venía pensando que ya basta, alcancé una
edad suficiente para jubilarme en alguna forma, y había decidido tomarme las
cosas con calma y ecuanimidad; vendrían como vendrían, ya no me impacientaría
por la lentitud de las comunicaciones y viajaría únicamente cuando tuviese la
seguridad de llegar tranquilamente a destino.
No más vuelos en turbulencias locas, no más viajes en cocteleras, ni por
caminos donde cada trecho resultase una proeza a causa de los ríos, del barro o
de la nieve.
A pesar de esa sabia resolución y de mis lindas intenciones, acabo de vivir una
aventura que les voy a contar ahora .
Francamente por momentos creí que no saldría con vida de ella. La fe hace
milagros.
Salí de Coyhaique para Chile Chico el viernes pasado en un Twin Otter de la
FACH (Fuerza Aérea de Chile) en el cual pude subir al último minuto por
gentileza del piloto. Estaba feliz porque desde hacía varios días toda comunicación
con casa estaba interrumpida por una nevazón, y la oportunidad era única para
llegar en un santiamén.
El aparato estaba cargado de tambores de combustible y de cajas de mercaderías
destinadas a O’Higgins, y me dieron el único asiento de
Nadie en Chile Chico esperaba mi llegada ese día, así es que bajé de la cancha
en la ambulancia mandada por el hospital para recibir a las guaguas.
Apareciendo sorpresivamente en casa, provoqué alegres
exclamaciones. Vuestra madre, Mamina, de inmediato empezó los preparativos para
acompañarme de vuelta a Coyhaique, pues pensaba quedarme solamente un par de
días. Con este propósito le había pedido a Claudio Fisher que viniese a
buscarme en su avión el lunes. Ese mismo día, él debía pasar a Balmaceda para
recoger pasajeros que llegaban en el LADECO proveniente de Santiago. Volaríamos
después con él hasta Coyhaique. Pero el lunes nevaba y el vuelo de LADECO se
había atrasado, así es que Fisher no alcanzó a hacer el vuelo a Balmaceda antes
de la hora cero. Dejando a los pasajeros buscándose alojamiento en uno de los
“palacios” de Balmaceda, me avisó por teléfono que sin falta el día siguiente a
las 08 de la mañana iría a buscarlos, los traería a Chile Chico y nos llevaría
a Coyhaique a nosotros inmediatamente después. Pero como amaneció nevando, todo
vuelo había sido cancelado.
Yo estaba nervioso porque tenía que finiquitar en el banco de
Coyhaique una operación de importación. En estas circunstancias me enteré de
que Raúl Atala estaba por viajar a Coyhaique a las 10 de la mañana en su gran
jeep stationwagon, y fui corriendo a pedirle Raúl que me llevase.
- Cómo lo siento, don Pablo, es imposible. Ya tengo siete pasajeros y mi auto
puede llevar a seis personas. Pero, vistos los riesgos de la temporada,
viajaremos junto con el jeep de la Gobernación, y el Gobernador Gloschka quizás
lo pueda llevar.
Me precipité a
Apretados ¡diablo que sí lo estábamos! Cuatro en el asiento
delantero, cuatro en el asiento trasero. Los voy a nombrar a todos, porque cada
uno de ellos tuvo su papel en la aventura que siguió. Adelante, apretados como
sardinas en lata, Raúl como chofer, su mujer Rosa, Iván Cárdenas el aduanero y
Salimos atrasados, como a las 11.30 hs. un pinchazo en Los
Antiguos. Parada en Perito Moreno para arreglar el neumático, y cada uno
aprovechó la espera para comer algún sandwich. Después, en la meseta, la ruta
estaba ligeramente cubierta de nieve y bastante resbaladiza, y la velocidad se
redujo. Al acercarnos al pueblito Lago Blanco, el espesor de la nieve aumentó
sensiblemente, pero se notaba que una máquina de vialidad había limpiado recién
la pista, y progresamos sin problema. Se levantó un viento fuerte y el frío era
intenso afuera, pero la calefacción del auto era excelente y charlamos
animadamente.
El sol se había puesto cuando alcanzamos Lago Blanco. Entramos en un boliche
para preguntar el estado del camino más allá.- Ningún problema –nos contestó el
bolichero -la máquina limpió el camino hasta
¡La
Los tres más válidos, Raúl, Iván Cárdenas y yo, salimos del auto. La atmósfera
era infernal, un viento acuchillando, un frío intolerable; proyecciones de
nieve que abofeteaban horizontalmente, mil veces peor que una nieve cayendo
verticalmente. Catástrofe: Raúl se dió cuenta que no había traído pala. A
puntapiés o con las manos desnudas, liberamos las ruedas. Iván se deslizó
debajo del auto y trató de despejar los diferenciales. A costa de penosos esfuerzos
logró colocar un gato y armar las ruedas delanteras con cadenas. Después, los
hombres empujamos el vehículo hacia atrás mientras Raúl embragaba
paulatinamente. Pero no podíamos afirmarnos sobre la nieve resbaladiza y el
resultado fue nulo. Varias tentativas en todas las direcciones no nos hacían
ganar ni un centímetro. El frío nos congelaba, y para nada.
- Y pensar que
- ¡Tan cerca? Creo que está bastante más lejos. ¿Cuántos kilómetros calculas
tu?
- A lo sumo tres kilómetros.
- Tres kilómetros... Quizás alcance a caminarlos, a pesar del temporal. Bueno,
allá voy, trataré de conseguir un tractor para sacarnos de aquí. Pero apostaría
que son por lo menos cinco kilómetros.
- No, no, no pueden ser más de tres.
Tenía mis dudas. Me explico: recordaba que Huemules estaba
ubicada a un tercio del camino entre Lago Blanco y la frontera, y me parecía
que ese tercio se contaba desde la frontera hacia Lago Blanco, y no lo
contrario. Si yo estaba equivocado, efectivamente la estancia no podía estar
muy lejos. Raúl, tan conocedor del camino como yo, se mostraba tan convencido
que probablemente él tenía
Conocía la regla: en estos casos, no abandonar nunca el refugio aún precario
del vehículo sin estar muy seguro de poder llegar a alguna parte. Infrigí la
regla, al principio para probar, después...mejor que les cuente por qué.
Mis guantes estaban en mi maleta que estaba sepultada bajo un
montón de bultos atrás en el coche. Prácticamente era imposible sacar una cosa
sin apilar primero todo a la intemperie, dejar el viento y la nieve engullirse
adentro y congelar a los pasajeros ya medio paralizados. Bueno, prescindí de
los guantes; total, tenía los bolsillos de mi parka. Tampoco pude ubicar mi
gorro de piel de oveja. Iván me prestó un gorro boliviano, él tenía un
pasamontañas. Raúl me dio una pequeña linterna de bolsillo, lo que era vital
por supuesto. Era, además, la única que existía a bordo. Y ¡a la gracia de
Dios!Mientras yo caminara, los otros seguirían tratando de desenterrar el auto
colocando cadenas en las otras ruedas. Si tenían éxito, me alcanzarían. Me puse
en marcha.
Los primeros metros fueron atroces. Los bardones eran cada vez más altos y más
agotadores, perdía mis fuerzas hundiéndome en ellos y buscando la manera de
rodearlos. Miré hacia atrás, total ya había recorrido cien metros ¿porqué no
sería capaz de hacer treinta veces lo mismo? Avancé otros doscientos metros,
paré y me di vuelta. Las luces del auto ya se veían débiles a través de la
cortina de nieve. Mientras recuperaba el aliento, traté con mi pobre linterna
de ver lo que me esperaba. Los bardones parecían mermar y en algunos lugares
todavía se notaban los rastros de los últimos vehículos que habían pasado unos
días antes. Era tentador seguir tratando, y muy poco tentadora la idea de
volver al auto para pasar adentro una noche abominable. OK, caminaría otro
poco.
La pista a veces desaparecía totalmente, y yo andaba por aquí y por allá
buscándola. Pero iba progresando, los bardones disminuían, el paseo no era tan
terrible. El frío me quemaba la cara y la mano que llevaba la linterna, pero
mis ropas de invierno me protegían bien y sentía calor en el cuerpo. Pronto mis
zapatos y mi pantalón se cubrieron de hielo, e increíble pero cierto, no sentía
frío adentro.
La linterna alumbraba a muy poca distancia y no me daba cuenta
si llegaba o no a la cumbre desde donde esperaba ver la estancia y sus luces,
pero no divisaba nada ni a lo lejos. Poco a poco me di cuenta que estaba por
cometer un grave error. Pero lo ya hecho había necesitado un esfuerzo tal, que
pensé que también sería estúpido renunciar a lo conquistado. Volver sin haber
solucionado nada, y el día siguiente, esperar ¿qué? La situación de mis
compañeros de viaje tampoco era envidiable, había que sacarlos cuanto antes. A
bordo tenían sólo unas galletas, el día siguiente sería peor todavía. Seguí
caminando penosamente.
Estaba un poco asustado. Si me extraviase, si las pilas de mi linterna se
agotasen, ya no podría volver a encontrar el camino, ni avanzar, tampoco volver
atrás. La noche sin luna estaba muy oscura, pero en el cielo entonces
despejado, brillaban millares de estrellas. Alto en el Poniente lucía el
planeta Venus con extraordinaria nitidez, y me pregunté si llegaría a la
estancia antes de que se pusiese en el horizonte. Seguí caminando, pensando que
quizás a la próxima vuelta del camino divisaría algo.
Debo otra explicación. ¿Porqué me encargué yo, a pesar de ser
netamente más viejo que mis compañeros, de una misión tan dura y riesgosa? La
respuesta es muy sencilla: ningún otro podía emprenderla. El juez, 52 años,
padecía de una ciática que de vez en cuando a lo largo del viaje, le provocaba
gemidos de dolor. Víctor Barría, 39 años, había tenido recién un infarto. Su
hija Fabiola de sólo 15 años, muy delicada, viajaba al Norte para operarse.
Rosa de Atala, 35 años, sufría del corazón. Adriana de Córdova, 53 años, estaba
esquelética y en todo caso no se trataba de una caminata apta para mujeres.
Raúl Atala, 42 años, tenía una pierna herida y apenas podía ponerse de pie. Iván
Cárdenas, 29 años, era robusto, pero era hombre del Norte de Chile, veía la
nieve de cerca por primera vez y habría sido un mensajero con mucho riesgo de
extraviarse. En verdad, con mis 63 años, yo era el único disponible y, a la
vez, con cierta experiencia de la nieve.
Pensaba: si por lo menos parara este viento endiablado en contra ¡qué alivio!
La tentación era grande de darle la espalda y volver, el aire me empujaría y me
ayudaría.
Estaba llegando a lo que me pareció ser “la próxima vuelta”. Me
acostumbraba a la oscuridad y Venus estaba tan brillante que a veces distinguía
algo del camino y podía a ratos economizar pilas. A lo lejos se veía el faro
giratorio rojo del aeropuerto de Balmaceda, a unos cuarenta kilómetros. Mi
andanza había empezado a las 18.30 hs. en punto. Después de una hora de marcha
extenuante, adiviné una silueta extraña al borde de la pista: ¡un letrero
caminero! Por fin iba a poder ubicarme. La cara opuesta del letrero decía: LAGO
BLANCO 13 KMS.
Quedé estupefacto: sólo trece kilómetros. Estimé que, a pesar de los
obstáculos, había andado unos tres kilómetros, y la estancia, o estaba a dos
pasos, o si no, conforme a mi primera impresión estaba más cerca de la frontera
que de Lago Blanco, y a una docena de kilómetros todavía. Doce kilómetros en
esas condiciones, no, imposible, estaría muerto antes. Pero ¿si estuviese al
lado y apareciera de repente? Apoyado al palo del letrero reflexioné un rato.
Caminar de vuelta era la opción prudente, pero significaba fracasar y posponer
el problema al día siguiente, en condiciones peores de agotamiento. Continuar
adelante, si la estancia estaba tan lejos todavía, era sencillamente correr el
riesgo de
Linda la teoría, pero cada paso me costaba más. Ningún dolor,
pero entumecimiento y cansancio crecientes. Inopinadamente vi un brillo débil
en el cielo más allá de una cumbre. Ese brillo sólo podía provenir de
- Esos diez kilómetros, que diablos, los haré. ¡Los haré!
Las horas siguientes están un poco confusas en mi memoria. Me
entumecía cada vez más, andaba como autómata. Trataba de prender la linterna
sólo para breves destellos, pero para mis dedos entumecidos, el simple gesto de
oprimir el botón se hacía difícil. Pasaba la linterna de una mano a la otra,
para alternarlas en los bolsillos de
Miré la hora: ¡las 22 horas! Increíble, el suplicio ya había durado tres horas
y media, y yo resistía todavía. Pero inquietante constatación: mi ojo izquierdo
estaba ciego, la oscuridad total. Probablemente helado. Si me pasara lo mismo
con el otro, estaría frito. Ahora para colmo, el camino tenía una fuerte
subida, el espesor de la nieve crecía más y más, cada paso me exigía un
esfuerzo cada vez más intolerable. Me desencadené en voz alta y furiosa en
contra del viento, de la nieve, de esa subida que era una tortura, en contra
del camino que se me extraviaba a cada momento. Creí que estaba perdido de
verdad. Pensé en las cosas que tenía en regla, y en las que no lo estaban, y
haciendo el balance me vino a la mente que si tenía que morir ahora, sería
quizás una bella muerte. Pensé en ustedes, mis hijos, y me di cuenta que en las
mismas circunstancias ninguno de ustedes habría actuado de otra forma, y que
Mamina y yo, a pesar de todos nuestros defectos, los habíamos sacado adelante,
y que si me iba para siempre ese maldito miércoles 9 de julio de 1975, el
balance total sería positivo.
Y “¡m... y m...!” me caí cinco veces seguidas. Y me puse de pie
a pesar de todo, rabiando en voz alta, aliviado de constatar que el ojo derecho
seguía funcionando. La quinta vez me pareció ver de nuevo más allá del final de
la subida, un cierto resplandor. Un último esfuerzo. No había duda, allá estaba
- Ese kilómetro, cueste lo que cueste ¡lo voy a hacer!
El camino iba bajando ahora, era menos penoso. Podía economizar la linterna,
bastaba andar en dirección a las luces. Justamente a este momento desde lejos
vi abrirse una puerta y apareció la silueta de un hombre en la pieza
fuertemente iluminada. El hombre cerró la puerta y casi inmediatamente se apagó
la luz en toda
Progresaba a pasos contados y seguía inútilmente haciendo círculos con
La estancia Huemules es una de las más lindas de
Más a la izquierda se adivinaba la sombra de varios edificios, pero no pude
identificar en cual había visto abrirse una puerta. Pasé una tranquera y fui
arrastrándome de un lado a otro. Tropecé contra una carreta grande en medio del
patio. Llamaba continuamente, pero el viento soplaba con violencia y mi voz
debilitada tenía poco alcance. Seguí una pista, pero esa llevaba a pleno campo.
Regresé yendo ahora de una casa a la otra, golpeando todas las puertas y
tratando de abrirlas, sin éxito. Un mundo muerto.
En pleno invierno una estancia tiene muy poca gente, pero siempre quedan
algunos cuidadores. Me encontraba de nuevo al lado de
_Abrevio
- ¡Ayuda por favor! Help, please! Hilfe! Au Secours!
Una ventana se alumbró, una puerta se abrió. Apareció un hombre, el torso
desnudo. Me hizo entrar. La pieza estaba tibia con un buen fuego a leña. El
paraíso.
Su mujer estaba acostada en una cama al fondo de la pieza, ni la
había visto. Ella contó después que mi aspecto era bastante aterrador. Vio
entrar a un fantasma todo blanco de nieve y hielo, con un ojo ensangrentado, y
que se arrastraba más que caminaba. El hombre me dio una silla, y lo que soñaba
desde hacía horas se hizo realidad: estaba sentado al lado de un fuego. El
agotamiento me provocó un estremecimiento incontenible, y los músculos de las
piernas por fin relajados, se acalambraron haciéndome gritar de dolor. Ese
calambre pasó pronto. Contó también la muchacha que yo metía las manos adentro
del mismo fuego, sin sentir nada. La buena gente del campo es a menudo crédula
e ingenua. Ante mi comportamiento raro y mi apariencia, estaba convencida de
que por primera vez se encontraba frente a un auténtico fantasma salido de la
tumba y del infierno, y le costó al día siguiente convencerse que mi persona
era un humano común y bien vivo.
Mientras el mozo iba a avisarle a su patrón, me puse a deshacerme del hielo y
de la nieve que envolvían mis piernas. Se derretía la capa de nieve y me
encontraba en medio de un charco de agua cuando apareció en pijama el
administrador “don Pedro”, alto y rubio de unos treinta años, eminentemente
simpático. Me llevaron a la cocina, me sacaron los zapatos y mientras
descansaba con los pies dentro del horno de la estufa, conté mi odisea. No me
creyó cuando le dije que venía de más allá, mucho más allá del letrero que
indicaba “Lago Blanco
- Ese letrero – dijo - está a once kilómetros de aquí.
Es decir que había caminado catorce kilómetros en condiciones espantosas. Eran
las doce y media de la noche, había andado durante casi seis horas. El
termómetro marcaba 12 grados bajo cero (bajaría a 18 esa misma noche).
Expliqué que siete personas más, todas incapaces de caminar,
estaban helándose allá. Pregunté si no tenía un tractor para sacar el auto del
hoyo en que su vehículo estaba metido. Dijo que no en esa temporada; tenía un
jeep, sí, pero lo había dejado en reparación en Lago Blanco. Lo que haría,
sería tratar de llegar al lugar con su gran camioneta Ford y transportar a todo
el grupo para pasar el resto de la noche en la estancia.
Fue así que sin vacilación, después de haber despertado a dos
peones para que le acompañasen, con ese sentimiento de solidaridad tan
característico de la Patagonia, Pedro Schmall (después supe su nombre),
emprendió la otra aventura que sería el rescate de los pasajeros del Toyota,
sin pensar en el frío intenso ni en el riesgo de quedar él a su vez empantanado
en el trayecto. Salió menos de media hora después.
Entretanto había aparecido su esposa, una bonita y joven señora con una gran
distinción innata, muy equilibrada y maternal, la que se encargó de inmediato
de reponerme; un gran vaso de whisky, una sopa caliente, ropa seca, y me sentí
otro hombre. Con el whisky desapareció la tiritona del cuerpo. Me instaló en
una cama mullida con guatero (bolsa de agua caliente). Pensé que en el mismo
paraíso uno no podía sentirse mejor.
Por supuesto no pude dormir nada; todos mis miembros me dolían y me quedé
despierto esperando escuchar la vuelta del Ford y del Toyota. Me relajaba en
una comodidad escandalosa mientras los otros allá sufrían un martirio. Varias
veces en la noche vino la gentil señora Inés a ver como me recuperaba.
- Ayuda, don Pedro, por favor!
Lo que me parece imposible, visto que ignoraba totalmente que se llamaba Pedro,
pero soy incapaz de recordar las cosas incoherentes que gritaba. Quizás ¿en
casos extremos tiene uno intuiciones?
Volvamos al Toyota y sus pasajeros. Raúl e Iván, quienes habían
trabajado afuera, estaban empapados; pero la calefacción funcionaba y tenían
una reserva suficiente de combustible para dejar andando el motor. El problema
era que el vehículo se enterraba poco a poco en el bardón que se formaba alrededor,
y la nieve se infiltraba adentro por todas partes.
A medida que pasaba el tiempo, como todos creían que la estancia estaba a dos
pasos, empezaron a preocuparse por mí, pensando que me había extraviado, pues
si ella no estaba muy cerca yo iba a quedarme sin luz. Y ¿después qué?
Cuando luego de muchas horas de espera angustiosa, vieron por fin las luces del
Ford, se creyeron salvados. Pero éste no alcanzó a llegar hasta ellos, ya que
la nieve estaba realmente infranqueable en el lugar. Muy sabiamente, Pedro
Schmall se detuvo antes de enterrarse también, y con verdadera desesperación,
los otros lo vieron maniobrando para dar
En la cabina calefaccionada el frío era soportable a pesar de la
ropa mojada, pero atrás era intolerable. Les recuerdo que escarchaba dieciocho
grados bajo cero. Raúl no lo soportó más y propuso a los que preferían, volver
al Toyota con él. Allá por lo menos podrían calentarse. Don Luis Clerc, Iván y
Victor Barría no se atrevieron a rehacer
Mientras tanto en Huemules, para mi gran alivio, yo recuperaba la vista del ojo
congelado. Al principio veía sólo vagamente la luz de las bombillas eléctricas,
pero a medida que me calentaba, volvía paulatinamente
Antes del alba,
Ese día estábamos todos demasiado cansados para hacer cualquier cosa. Eramos
recibidos como reyes y por ángeles. La casa es antigua –más de 50 años- pero
inmensa, con ocho dormitorios, tres baños, un living amplísimo y una veranda
con vista sobre el campo, todo con calefacción central y amoblado con lujo
español. Es sin lugar a dudas una de las estancias más lindas de los Menéndez
de Punta Arenas, Pedro Schmall
Gregorio, principal capataz de la estancia y que la conoce desde hace cuarenta
años, apenas podía creer mi historia. En el curso de su larga carrera en el
lugar, había visto casos análogos, me dijo, pero entonces generalmente quien
vive tal aventura termina por descansar detrás de una mata y espera la luz del
día. Si escapa con vida, por lo menos tiene uno que otro miembro congelado. En
el caso contrario, mala suerte nomás, generalmente no se despierta. Felizmente,
eso yo lo sabía...
Por haber pololeado con la muerte, la urgencia de mis cosas en Coyhaique me
parecía muy relativa. Total, el invierno es el invierno, uno depende del clima,
mis clientes lo entenderían. Era mucho más urgente hacer saber en todas partes
que estábamos sanos y salvos. La única carencia de
En la tarde del segundo día, nos reunimos para examinar nuestra situación.
Al día siguiente Pedro Schmall trataría de llegar a la gendarmería fronteriza
con su camioneta, acompañado de su esposa y de don Luis, el juez. Si no podían
pasar, se mandaría un peón a caballo con una nota del juez solicitando de las
autoridades del aeropuerto una máquina para extraer el auto y remolcarlo en los
pasos difíciles. El mismo jinete llevaría también un mensaje nuestro para
tranquilizar a nuestras familias.
Paso sobre los detalles. El viernes el día amaneció radiante y se pudo cumplir
con ese programa. Por su lado, Raúl volvió a caballo con dos peones hasta su
coche. Lo encontraron completamente sepultado bajo la nieve, y con palas empezaron
a desenterrarlo. En esos momentos apareció una máquina de la vialidad argentina
que sacó el Toyota a terreno firme en unas pocas maniobras. Raúl estaba muy
inquieto por su motor, temiendo encontrarlo roto por las intensas heladas. Pero
el anticongelante, y quizás la misma envoltura de nieve, lo habían protegido.
Una vez descombrado, el motor intacto arrancó en seguida. La máquina de
vialidad siguió despejando el camino hasta la frontera, y en la tarde, Raúl
llegó felizmente a
Nos cotizamos para mandar a Huemules una caja del mejor vino chileno que pudo
encontrar Raúl, que acompañada de una carta que trataba de expresar nuestra
inmensa gratitud, enviamos al matrimonio Schmall. ¡Por Dios, sí! Existe una
caridad que viene del corazón.
En aventuras como esa se aprende a conocer a
La radio Patagonia de Coyhaique esa misma noche contó algo de nuestra aventura,
diciendo que yo había caminado
Cariños a todos ustedes, mis queridos hijos.
(carta dirigida a sus hijos y otros familiares residentes en
Gantes, Los Antiguos, Bruselas, Sao Paulo y Santiago, y a la pandilla de sus
nietos y bisnietos a medida que sean capaces de leerla).
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